A los barceloneses se les prohíbe la entrada a los parques por culpa de la Navidad
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Editorial de Nico Salvado, fundador de Equinox.
Los cochecitos no pasarán, los perros no saldrán, los niños no jugarán. La magia de la Navidad instalará su mercado por todo el parque de la Sagrada Familia. Menos mágico, en realidad se trata de un funcionario municipal que firmó la autorización ante la atenta mirada del representante de la asociación de comerciantes del templo de la Sagrada Familia. A partir de esta semana ya no es posible retozar entre los robles o sentarse a leer un libro bajo un tilo. Lo que es más molesto, al autor de estas líneas ya no le resulta posible cruzar el parque durante su trayecto diario desde su casa hasta la redacción de Equinox. No hay nadie más egocéntrico que un editorialista.
Los turistas de la temporada, acuclillados en los bancos del parque para devorar bocadillos, sólo para evitar que les roben en los restaurantes vecinos, y los Instagrammers que han fotografiado hasta el último clavo de la cruz de Cristo, dejan paso a los trabajadores. Los hombres con chalecos amarillos fluorescentes tienen la tarea de instalar cobertizos prefabricados tan estéticamente agradables como un edificio administrativo de la antigua URSS. Mientras los electricistas desenrollan cables en la vegetación para permitir que las luces de neón parpadeen y los parlantes suenen a todo volumen villancicos que se reproducirán en bucle durante seis semanas. Todo está listo para que la barcaza recoja abetos, caganers y otros artilugios brillantes.
La idea no es impedir la organización de la Navidad, ese momento embarazoso en el que los padres se ven obligados a mentir a sus hijos sobre la existencia de Papá Noel. No, hay que respetar la tradición. Aunque ya hay un enorme mercado navideño frente a la catedral en el estilo gótico. Aunque, como durante la feria del embutido que seguramente sólo dura un fin de semana, se hubiera podido instalar el mercado en la calle Provença, cerca de la calle Lepant. También hubiera sido factible situar a los comerciantes justo enfrente de la Sagrada Familia en la calle Mallorca. Pero para ello habría sido necesario cortar el tráfico y sacrificar el paso de los coches. También sería técnicamente posible situar el mercado en la calle Marina, pero esta vez los turistas que admiraban la catedral serían los perjudicados. En medio del cambio climático, como todavía nos recuerda dolorosamente la tragedia de Valencia, entre coches, turistas o un trozo de naturaleza, lo que, como suele ocurrir, se ha sacrificado es el acceso a los árboles y a la vegetación.
Y no es la primera vez que el Ayuntamiento de Barcelona tiene la molesta costumbre de privatizar comercialmente los parques públicos. Este año, el ayuntamiento tuvo que retirar su atracción navideña de pago en el parque de Pedralves tras un escándalo entre los vecinos de la zona. En verano, el festival Electro Brunch tuvo que retirar sus altavoces y dejar de cobrar por el acceso gratuito a los jardines de Montjuïc.