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La historia de las dos torres que cambiaron la cara de Barcelona

Construidas con unos treinta años de diferencia, la Torre Urquinaona y la Torre Gloriès son dos iconos de la arquitectura barcelonesa. Pioneros de sus respectivas épocas, son sin embargo hoy objeto de una fuerte crítica estética.

El mar, el casco antiguo, la montaña, todos estos elementos conforman el entorno de Barcelona. Pero con demasiada frecuencia olvidamos que la capital del condado es también una ciudad con una fuerte actividad económica y que muchos edificios han construido su identidad arquitectónica. A menudo criticada como «la torre más fea de Barcelona», la Torre Urquinaona es sobre todo uno de los primeros rascacielos de la ciudad. Por su parte, la Torre Gloriès, objeto de burlas a menudo por su forma fálica, es un elemento mítico del horizonte. Entre críticas y elogios, centrémonos en dos torres que, nos guste o no, forman parte de la identidad barcelonesa.

La Torre Urquinaona, una pionera que ha envejecido mal

Destaca un poco esta torre marrón de 70 metros de altura, plantada entre el Eixample y Ciutat Vella, como un pelo en la sopa. Construido entre 1966 y 1975, su sombra mitad amenazante, mitad vintage se cierne sobre el cruce entre la plaza Urquinaona y la calle Roger de Lluría como una anciana atenta. La Torre Urquinaona, construida entre 1966 y 1975, fue uno de los primeros edificios de la ciudad, y se nota: su ubicación ideal en el corazón de Barcelona nunca hubiera sido posible hoy en día.

En aquel momento los arquitectos recién salían de la dictadura franquista y la idea era hacer de Barcelona una ciudad atractiva para los negocios: queríamos abrirnos al mundo. Antoni Bonet Castellana y Benito Miró Llort, dos arquitectos modernistas pertenecientes al movimiento GATCPAC (Grupo de Arquitectos y Técnicos Catalanes para el Progreso y la Arquitectura Contemporánea) decidieron entonces levantar un edificio, pero no un edificio cualquiera: un edificio con forma de modernidad y una mirada hacia el futuro. Así, los dos catalanes eligieron este color marrón para revestir la fachada con el fin de resistir la creciente contaminación de la ciudad. Imaginan una torre octogonal, con volúmenes sorprendentes que se diferencian de los rascacielos clásicos con fachadas lisas y cónicas.

Hoy en día, el edificio alberga oficinas de la Generalitat, comercios, espacios de coworking y un hotel. Aunque actualmente es bastante difícil de visitar, todavía se puede entrar al vestíbulo y admirar la –espléndida– tipografía de los años 70. De los 22 pisos de la torre, actualmente sólo se puede subir al 19. En 2022, la empresa Unlimited Barcelona había reconvertido el último piso en un mirador, pero el lugar cerró a finales del verano de 2023. Apodada «el rascacielos del color de la empresa», la Torre Urquinaona no es tan terrible como imaginan sus detractores, simplemente rezuma su tiempo y sigue siendo, aún hoy, el testigo capital de una época pasada.

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La Torre Gloriès, un modernismo que divide

Si la Torre Urquinaona marca el inicio de una Barcelona económica y abierta al mundo, la Torre Gloriès significaría más bien el inicio de la era tecnológica en la ciudad del condado. Construida entre 1999 y 2005 por el arquitecto francés Jean Nouvel, la Torre Gloriès (antes Torre Agbar) fue diseñada como un géiser que emerge del suelo. En realidad, la mayoría de la gente no ve un chorro de agua sino un supositorio o un consolador, según las interpretaciones.

Y si sorprende su forma es porque el arquitecto no quería que su rascacielos fuera un edificio como cualquier otro. La torre, símbolo de la Barcelona moderna, tiene el doble de altura que la Torre Urquinaona, y alberga oficinas además de un mirador de 360 ​​grados. En cuanto al color, el edificio también es decididamente futurista, ya que los 4.500 dispositivos LED que cubren la fachada se iluminan por la noche, dando a la torre un brillo único e imitando el reflejo de las olas. Pero el edificio no sólo es moderno, sino que también forma parte de la tradición. A través de su diseño, la torre pretende ser un signo de identidad de Barcelona, ​​recordando en su forma tanto a la Sagrada Familia como a las montañas de Montserrat. A menudo criticada por alterar el paisaje de la ciudad catalana, la Torre Gloriès se ha convertido rápidamente en un emblema de Barcelona.

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“Torre más fea” o “supositorio”, está claro que a pesar de estos apodos burlones, es en la Torre Urquinaona y la Torre Gloriès –dos edificios pioneros– en los que pensamos cuando imaginamos Barcelona. Así que generar debate es bueno.

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