¿Por qué algunos jóvenes españoles creen que “bajo Franco vivíamos mejor”?
2
Mientras España se prepara para conmemorar el cincuentenario de la muerte del dictador Francisco Franco, una ola de nostalgia parece apoderarse de algunos de sus jóvenes.
Hace unos meses vimos frente a la sede del PSOE en Madrid, en la calle Ferraz, grupos de jóvenes coreando “Franco, Franco” mientras ondeaban banderas anticonstitucionales. De hecho, pocas mujeres. Y no lo hicieron como referencia histórica ni como provocación irónica: lo hicieron en serio. Jóvenes nacidos más de 25 años después de la muerte del dictador, reivindican un pasado que no vivieron y del que desconocen su dureza. Para qué ?
La explicación no se encuentra en la historia, sino en el presente. Esta nostalgia no es espontánea: es inducida. El lema “Con Franco vivíamos mejor” actúa como síntoma cultural de una narrativa que ha ganado terreno en el ámbito político y mediático: la idea de que los jóvenes de hoy han fracasado, que “viven peor” que sus padres y que sólo el orden del pasado podría restaurar una supuesta normalidad.
Una historia que no es inocente.
La frase “los jóvenes viven peor” se ha convertido en uno de los mantras más repetidos por la derecha y la extrema derecha europea. Su eficacia no se debe a su veracidad, sino a su carga emocional: activa la comparación, el resentimiento, el sentimiento de pérdida. Y, a partir de ahí, legitima el regreso.
Este discurso no describe una realidad: la construye. Porque estamos hablando de vivir peor, pero ¿según qué criterios? ¿Menos ingresos? ¿Menos libertad? ¿Salud mental degradada? ¿Mayor dificultad para acceder a la vivienda? Cada una de estas dimensiones tiene matices. Pero este discurso no necesita complejidad: todo lo que necesita es una certeza simple y pesimista para justificar la nostalgia.
Idealizar el pasado equivale a ignorar que muchas generaciones anteriores trabajaron desde los 14 años, sin derechos laborales, sin conciliación, sin acceso a la educación superior ni a la cobertura sanitaria. Cabe recordar que la legislación laboral anterior a 1980 permitía jornadas interminables, salarios bajos y una protección social limitada. La conciliación familiar no existía y el acceso a derechos como las licencias retribuidas, la educación continua o las prestaciones por desempleo estaba reservado a determinados sectores privilegiados. El pasado no ha sido un período de bienestar generalizado, sino una era marcada por la precariedad, la desigualdad y las escasas perspectivas de mejora.
Esta vida “mejor” es en gran medida una invención retrospectiva que despolitiza las desigualdades estructurales del presente. Y lo que es único en el eslogan “Bajo Franco vivíamos mejor” es que rara vez menciona la forma en que vivían las mujeres. La dictadura no sólo impuso un modelo autoritario a nivel político, sino que también abolió los derechos conquistados durante la Segunda República y restableció un régimen jurídico que reducía a las mujeres a la obediencia y la dependencia. Al casarse, las mujeres perdían su capacidad jurídica: no podían administrar sus bienes, abrir una cuenta bancaria o incluso firmar un contrato sin la autorización del marido.
Esta restricción estaba respaldada por la licencia matrimonial, consagrada en los artículos 60 a 71 del Código Civil de 1889, que permaneció vigente hasta su derogación por la Ley 14/1975, de 2 de mayo. El artículo 57 de este mismo código estipulaba literalmente que: “el marido debe proteger a la mujer y ella debe obedecer al marido”. Además, el Estado abolió el divorcio (ley del 23 de septiembre de 1939), suprimió el matrimonio civil (ley del 10 de marzo de 1941) y restableció la patria potestas exclusiva del padre. Incluso en caso de separación, la mujer era “dejada” con sus padres y podía ser privada del domicilio conyugal y de la custodia de sus hijos. Si se volviera a casar podría perder a sus hijos, salvo autorización expresa del marido fallecido en su testamento.
Este modelo no era anecdótico: fue ley en España hasta avanzada la Transición, configurando toda una cultura jurídica de sumisión femenina. Por eso la idealización del pasado franquista como una época de orden y prosperidad ignora que ese orden se basaba en la subordinación legal de la mitad de la población. ¿Es realmente este el modelo que estos jóvenes quieren para sus parejas, sus hermanas o sus compañeros?
El tiempo libre como opción política
Volviendo a la realidad actual, como señala el sociólogo Chris Knoester en un estudio reciente, lo que les ha sucedido a las generaciones más jóvenes en las últimas décadas no es un deterioro o una decadencia comparativa, sino todo lo contrario: un cambio profundo en la forma de educar, de convivir y de concebir el bienestar.
Hay que tener en cuenta que hoy en día las familias están invirtiendo más tiempo y recursos en las actividades de ocio organizadas de sus hijos, incluido el deporte, como expresión de compromiso emocional y apoyo general. Esta transformación, lejos de ser un signo de debilidad generacional, constituye un éxito intergeneracional.

El tiempo libre, a menudo denigrado por el discurso conservador como símbolo de pereza o evasión, es en realidad otra forma de entender el bienestar. Las nuevas generaciones valoran la salud mental, la calidad de las relaciones y la autonomía personal. No porque rechacen el esfuerzo, sino porque se niegan a pagar el precio de una productividad excesiva sin garantías de futuro.
Según la Encuesta de Presupuestos Familiares del Instituto Nacional de Estadística (2024), en 2023 el gasto medio por hogar en España fue de 32.617 euros, un 3,8% más que el año anterior. De este total, los hogares gastaron el 10,2% en restauración y hotelería (es decir, 3.311 euros al año), y el 5,1% en ocio y cultura (1.651 euros por hogar).
Lejos de ser un comportamiento reservado a las clases ricas, el aumento del gasto en estas áreas afecta a todas las categorías de ingresos. Entre los hogares más ricos, las partidas de “ocio, restauración y cultura” representaron hasta el 34,7% del presupuesto familiar, frente al 14% en los hogares más pobres. Llamar a esto “vivir peor” es una falsificación interesada. Y, sin embargo, esta falsificación circula, se vuelve común y se grita en la calle como una instrucción política.
Franco como lema eficaz
Que los jóvenes coreen “Franco, Franco” es señal de falta de símbolos alternativos para expresar su frustración. En este vacío, la narrativa reaccionaria ofrece refugio. “Con Franco vivíamos mejor” no es historia: es una síntesis emocional: orden, jerarquía, autoridad, seguridad. Una traducción emocional del miedo a un presente cuya brújula está distorsionada.
Y este miedo se alimenta de discursos políticos que repiten que todo está empeorando, que todo está roto, que la culpa es del feminismo, de la inmigración o de la diversidad. Un discurso que no busca comprender el malestar de los jóvenes, sino aprovecharlo y transformarlo en apoyo reaccionario.
Se trata de ofrecer otra lectura: recordar que el bienestar no sólo se mide por la propiedad o el salario, sino también por el tiempo libre, la dignidad, las conexiones humanas y la salud. Se trata de afirmar que existen otras formas de vivir bien que no pasan por imitar el pasado.

