Expatriados en Barcelona: adictos a las tapas, ¿cómo salir de ello?
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Diagnosticado con una adicción aguda a las tapas y las cañas, en Barcelona se está desatando una epidemia muy contagiosa: el síndrome del expatriado adicto a las tapas. Investigación de un fenómeno creciente que afecta especialmente a los recién llegados.
Los primeros síntomas son claros: hipersensibilidad al olor de las frituras, incapacidad para decir no a una última ronda… Ya sea salado (, o) o dulce (goteando chocolate), en la capital catalana la tentación se esconde en cada esquina.
Contrariamente a la creencia popular, mudarse a Barcelona no sólo significa mar y sol, sino también el riesgo de contraer el síndrome del expatriado adicto a las tapas, una enfermedad rápidamente transmisible. Aún ausente de los libros de texto de medicina, esta infección parece afectar a todas las personas que ponen un pie en territorio catalán. El diagnóstico es indiscutible: el número de expatriados adictos a las tapas sigue aumentando.
El modo de vida local, hogar de la epidemia
En Cataluña, los reencuentros se producen al aire libre, rara vez en casa. Y fuera, es difícil escapar de un bar de tapas. Empieza con una bebida para socializar y acaba con un plato de fruta y una carencia de fibra: porque aparte de la aceituna clavada en el palillo o la rodaja de naranja, el objetivo de 5 frutas y verduras al día está todavía muy lejos de alcanzarse.
El síndrome no tarda en aparecer porque aquí comer tapas es un arte de vivir, hasta el punto de que en español incluso existe una palabra para describirlo: mordisquear alimentos generalmente fritos en buena compañía. Nada más llegar, los más afectados desarrollan una negación presupuestaria crónica: comer tapas con una bebida se convierte muy rápidamente en un rito de iniciación para sumergirse en la cultura local, a un coste menor. ¿Los agravantes? El sol omnipresente y la cultura de la terraza: una combinación formidable que hace de este síndrome una auténtica adicción local.
Barcelona, terreno ideal para el desarrollo del síndrome
La trampa de la felicidad catalana es muy real… Detrás de este atractivo estilo de vida, el virus local puede tener consecuencias importantes. Según el Ministerio de Sanidad español, el 13,8% de los habitantes de Cataluña son obesos. Ya sean los , los , los e incluso los que a pesar de su aspecto fibroso, también van bañados en aceite, está claro que la fritura y la gastronomía local van de la mano.
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En este sentido, la revista de salud de Harvard (HHP) especifica que las personas que consumen más alimentos fritos cada semana tendrían un 28% más de probabilidades de sufrir problemas cardíacos que aquellos que consumen menos. Así que tenga cuidado con las apariencias: incluso al elegir una (setas) o otra (espinacas), estas dos especialidades artesanales están lejos de rivalizar con una verdura verdaderamente nutritiva. Pero que no cunda el pánico, Barcelona tiene los mejores remedios: caminar, bailar, disfrutar, empezar de nuevo.
La cura: la auténtica dieta catalana
En Barcelona los vecinos caminan más, bailan más, se mueven más. Adaptarse al estilo de vida local también significa encontrar actividades divertidas para quemar calorías mientras socializas. Aquí se alcanzan rápidamente los 10.000 pasos diarios: entre la subida a Montjuïc, los paseos en bicicleta hasta la playa y las tardes que terminan al amanecer, el cuerpo sigue el ritmo de la ciudad.

Elegida cuarta ciudad más deportiva del mundo por la agencia de comunicación Burson Cohn & Wolfe Sports en 2021, Barcelona ofrece mil formas de combinar sudor y sociabilidad. Entre los clubes de running, pádel, salsa, vela y vóley playa, van en aumento las agrupaciones en torno a la actividad física. Independientemente de la hora o del deporte, la regla sigue siendo la misma, después del ejercicio hay comodidad: tanto para los deportistas matutinos como para los aficionados a las actividades nocturnas.
Si los catalanes no parecen afectados por nuestro síndrome es quizás porque conocen el remedio: la moderación. Se comparte, se prueba, se saborea lentamente y siempre en buena compañía, porque las tapas no son una carrera por el tenedor, sino un arte de vivir: pequeñas porciones entre dos largas conversaciones.
